Es curioso cómo ha cambiado nuestra forma de consumir en las últimas décadas, cómo va evolucionando y cómo empezamos a atisbar nuevos senderos al respecto.
Sorprendentemente este patrón podemos extrapolarlo a otras facetas de nuestras vidas, por ejemplo a la lectura.
Analizamos cómo leíamos, cómo leemos y cómo podemos llegar a leer, ojalá, de nuevo.
Recuerdo cuando mi madre sacaba su ropa de invierno cuando era una niña. Era algo que me fascinaba, mi curiosidad nata y mi inclinación por lo estético tenían la culpa. Desde los primeros frescos del otoño empezaba mi particular reto de conseguir que esa tarde repitiéramos el ritual del inicio de la temporada como cada año. Imagino que yo debería ser como una especie de martirio chino para mi madre.
«¿Hoy vamos a sacar la ropa mamá?» «Podríamos sacar hoy la ropa de invierno mamá» y así mil preguntas y proposiciones que conducían a un mismo fin. Lo imagino perfectamente porque hoy tengo en casa una nueva versión mía en miniatura, a la que no le interesa hacer ese cambio de armario, pero sí mil cosas más, y que repite insistentemente ideas y preguntas hasta que consigue lo que quiere, santa paciencia la de mi madre.
Cuando por fin mi madre consideraba oportuno o accedía, quién sabe, yo me pegaba a ella porque empezaba la magia, al menos para mí.
Del altillo iba bajando sus prendas de invierno, sus faldas de cuadros, sus jerseys de lana, sus rebecas de ochos, sus chaquetas, su abrigo, sus zapatos, su bufanda… Y yo me quedaba embelesada mirando sus cosas, deseando que ese año algo me quedara bien y me dejara llevarlo algún día.
Era su ropa, la misma, año tras año. Cuando algo se estropeaba o ya no le servía lo reemplazaba o no. Pero la base, era siempre la misma. Su armario de invierno sencillamente.
El armario de mi madre era amplio, el hecho de saber coser, hacer ella sus propias prendas y que le encantase hacerlo, ampliaba bastante sus opciones. Además, mi padre siempre ha tenido mucho gusto a la hora de hacerle regalos, con lo que algunas cosas nuevas solía incorporar cada temporada. Pero aún así, era un armario estable, fácilmente reconocible porque eran las cosas que ella llevaba cada temporada.
Eran prendas buenas, no reempazables a la primera de cambio, no había necesidad, ni si quiera se le pasaba a nadie por la cabeza comprar ropa como la hemos llegado a comprar en los últimos años.
Luego llegaron prendas más asequibles, cada vez más, modas más efímeras, cada vez más… Hasta que la ropa se transformó en un bien de «usar y tirar» si me permites esta expresión.
¿Te suena esta historia? Creo que todos hemos hecho esta reflexión en algún momento. Todos hemos vivido este proceso.
Hemos pasado a consumir ropa de manera rápida, desaforada. Desechando rápido y sin control, me atrevería a decir que estrenando casi cada fin de semana.
Pero parece que poco a poco nos vamos concienciando, eso no es responsable, ni con el planeta, ni con nuestro dinero ni con nosotros mismos, la verdad. Se conciencia el consumidor final y éste lleva la concienciación del resto de la cadena hasta el inicio. Y en ello estamos. Cada vez más marcas apuestan por una moda más lenta, slow, y por desandar el camino que habíamos andado en los últimos tiempos. Consumir menos, consumir mejor.
Esta sucesión de acontecimientos me gustaría extrapolarla a otras facetas de nuestras vidas. También la podemos observar y aplicar en la manera de comer, en la manera de viajar, en la manera de divertirnos.
¿Qué te parece si la extrapolamos al modo de «consumir» información?
Hemos pasado de leer (si eres de los que leen aunque intuyo que si estás en esta línea de este texto, es porque te gusta) libros, revistas mensuales, un periódico diario, con informaciones que nos resultaban interesantes… que habíamos elegido (por su temática, por la forma en la que estaba escrita, por su línea editorial o política) conscientemente, a consumir información de todos sitios, en cantidades excesivas, ingentes, insanas me atrevo a decir.
Lo peor, es que de esa información, no leemos nada, nos quedamos con la primera impresión, el primer impacto, el primer fogonazo y de ahí saltamos de manera autómata a la siguiente información a golpe de pulgar.
Es más, ya ni leemos, ahora vemos imágenes, una detrás de otra, rápidamente, incesantemente. Siempre hay algo nuevo que ver, no acaba jamás. Siempre expectantes, sin conclusión…Así, estamos perdiendo nuestra capacidad de elección, de analítica, de crítica…Incluso nuestra capacidad de leer, de concentración.
Esto me da mucha pena, no me gusta la nueva manera de consumir contenidos. Quedan despojados de sus funciones principales además, ni te informa, ni te entretiene. No le dedicamos ni medio segundo. Es consumo por consumo, sin disfrute ni finalidad.
¿Y si pasamos de consumir información a disfrutar con ella? ¿Y si pasamos de gastar nuestro tiempo a invertir nuestro tiempo? ¿Y si recuperamos el placer de leer?
Asemejémoslo con mi parrafada anterior sobre la ropa, es bien sencillo y podemos intuir lo que terminará pasando, ojalá. Nos daremos cuenta que ese modo de consumir no es responsable y buscaremos nuevos caminos y formas.
Desde aquí me comprometo a hacer todo lo posible por recuperar ese placer. Ya sea por un libro, una revista, un periódico, una cuenta de Instagram… Invirtamos nuestro tiempo en algo que nos haga crecer, que nos haga pensar, que nos forme, nos sea utilidad o simplemente nos entretenga, pero nos entretenga bien, de un modo sano y consciente. Invirtamos, no consumamos.
De algo parecido escribí en este post » La tarde que tropezó el señor Zuckerberg y todos nos sentimos libres» , es un tema que me ronda mucho la cabeza últimamente.
No sé si será la edad, si la comunicación ha cambiado demasiado rápido en los últimos años y no hemos sabido gestionarla, pero lo cierto que estoy convencida de que no nos está haciendo ningún bien.
Yo voy a aportar mi granito de arena y lazar la pregunta, espero que tú le recojas ¿Y si recuperamos el placer de la lectura?