Acabo de sentarme a escribir sobre música en directo, y en mi bandeja de entrada aparece un e-mail en el que se anuncia que la gira Got Back de Paul McCartney vendrá a Madrid en diciembre. Estoy temblando.
No me hace falta ningún estudio científico para saber que la música está directamente relacionada con las emociones y que algo pasa en nuestras entrañas cuando la escuchamos.
Las canciones mejoran mi vida, esa es mi única relación con el mundo de la música, no sé nada de la industria que la rodea, pero sí sé mucho de lo que escucharla en directo me hace sentir, y de eso es de lo que hoy voy a hablarte.
Uno de los conciertos que recuerdo con más cariño tuvo lugar a menos de un kilómetro de mi casa. Era un grupo de jazz al que nunca había escuchado, los Huntertones acompañados de la apabullante voz de Shayna Steele. Te pongo en contexto: 5 de noviembre de 2021, fue nuestro primer concierto tras la pesadilla COVID. Pero es que no fue sólo un concierto, fue: volver a vivir.
La música en directo me provoca lo que llamo bloqueos de felicidad. Me ha pasado muchas veces: “A Sky full of Stars” en Coimbra, “Copacabana” en el Caudal Fest, “Beautiful Day” en Amsterdam, “Jumpin´Jack Flash” en Lisboa y hace tres días en Madrid cuando ví aparecer a Bruce en el escenario veintiún años después de haberle visto por primera vez.
Primero sonrío, luego siento que se me ensancha el corazón y antes de que me quiera dar cuenta las lagrimas asoman a borbotones y no puedo parar de llorar, pero de alegría. Es totalmente involuntario, como sentir frio, calor o hambre, una reacción que me hace sentir muy viva y que me llena de felicidad.
Hay canciones que al escucharlas nos llevan de vuelta a determinados momentos de nuestra vida. La música es brutalmente evocadora porque es pura alquimia que nos conecta con nuestras emociones.
Leí una vez que durante los conciertos en directo nuestro cerebro transforma las notas en emociones, que nuestras neuronas son capaces de moverse al ritmo de la música y que nuestro corazón adapta su latido a las reproducciones por minuto de cada canción. ¿No es lindo esto?
Piénsalo, me da igual que se trate de un concierto grande o pequeño, pero cuando suena la música, y aunque quieras resistirte, tu cerebro y tu corazón, que son justamente aquellos que nos hacen humanos, se mueven al ritmo que marca la música que suena y que es el mismo al que se mueven los cerebros y los corazones de todos aquellos que en ese mismo instante están a tu alrededor escuchando, ya sean diez personas o diez mil.
Llámalo poesía, magia, felicidad, dale el nombre que quieras, pero es una maravilla irresistible, poderosa y preciosa que yo trato una y otra vez de volver a vivir.
Isabel Cendán