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Somos lo que fotografiamos

Nuestros días transcurren cámara en mano. 24 horas, 7 días a la semana con la oportunidad de poder captar ese preciso instante para tenerlo disponible siempre que queramos volver a él. ¿Somos capaces de distinguir el instante que merece ser fotografiado y cuál no?

Hace pocos días que he vuelto de París de un viaje familiar. No era mi primera vez en esa ciudad pero sí la de mis hijos. Así que nos apetecía mostrarles todo lo que pudiésemos de esa maravillosa ciudad. Queríamos aprovechar cada minuto allí y que pudieran ver, conocer y valorar su belleza, su encanto, su arquitectura, su arte, su gastronomía… No queríamos que pasaran de puntillas por París.

Planeamos un calendario de visitas y paseos digno de ingeniería, literalmente, para aprovechar cada minuto y balancear tipos de planes. No se alarmen, mis hijos son disfrutones, curiosos y enérgicos, no les supuso ningún tipo de martirio cultural. Cumplimos bastante con nuestras expectativas y objetivos, los niños se llevaron una gran primera imagen de París y llenaron sus cabecitas y corazones de buena parte lo que esa ciudad puede ofrecer.

Además de unos fantásticos recuerdos, traigo de esta ciudad algunas reflexiones y preguntas, la principal es ¿somos lo que fotografiamos?

Como visitantes en la ciudad y, más aún, con neófitos parisinos en la familia, recorrimos todos los puntos fuertes y clichés de París. Visitamos la Torre Eiffel y subimos, embarcamos en un barquito que nos paseó por el Sena, recorrimos las Tullerías y subimos las escalinatas del Sacre Coure, entre otras muchas cosas y en todos sitios aparecía la misma imagen: personas con móvil en la mano, foto, foto, foto, foto y a seguir.

Empecé a preguntarme cuánto de lo que vivimos, lo vivimos en persona y cuánto a través de la cámara de un móvil. Me atrevería a decir que excluyo a quienes fotografían con una cámara de fotos, aunque ese idea aún la tendría que madurar.

La sensación que me llevaba de cada escena era: si no está en mi móvil no lo he vivido, si no está en mi móvil, no soy.

¿Hemos llegado a ese punto? ¿Sólo somos lo que fotografiamos?

El cúlmen de esta repetida escena ocurrió en el Museo del Louvre, frente a la Monalisa. Filas y filas de personas nos plantamos delante de ella para «verla» pero cuidado! verla a través de la pantalla de tu teléfono, no vaya a ser que no le hagas una foto y entones ya no la hayas visto.

5 filas, 6 filas de personas rodeándola, acosándola y cientos de móviles intentando capturar una foto de la obra. ¿Para qué? ¿En serio piensas que tu teléfono va a conseguir una instantánea mejor que cualquiera de los millones de imágenes que Google puede ofrecernos de ella? Entonces ¿de dónde vienen ese empeño por querer fotografiarla con tu teléfono?

Tomé esta fotografía porque este artículo ya rondaba mi cabeza y no había mejor forma de ilustrarlo.

Por más que he pensado al respecto, siempre llego a la misma conclusión, nos hemos instalado en la idea de creer que para estar o ser, debe ser capturado en nuestro teléfono. Y eso, es triste, muy triste.

Esta reflexión está hecha por una persona a la que le encanta fotografiar, llevo toda la vida haciéndolo, de nuestra pandilla de juventud, soy la única que cuenta con documentación gráfica de aquellos años. Cuando empezaron los teléfonos con cámara lo vi como una oportunidad para poder captar ese instante que antes se me escapaba y me dejaba con las ganas de una fotografía por no poder ir siempre con la cámara de fotos en mano.

Pero hemos llegado a un punto en el que la fotografía nos ha comido, nos ha devorado y se ha adueñado de nuestras vidas y vivencias.

¿Cuántas de las fotos que tenemos almacenadas en nuestros móviles hemos vuelto a ver? ¿Cuántos de esos momentos son realmente dignos de una fotografía?

Hemos depreciado los momentos que merecen una foto y hemos decidido otorgarle a una fotografía, nuestra capacidad de recordar y nuestra capacidad de ser.

Ni todo momento merece una fotografía ni un buen recuerdo merece ser visto a través de una pantalla.

De este viaje vuelvo con menos fotos que de ningún otro, he hecho un ejercicio de autocontrol y de disfrute visual simple, podríamos decir, mi ojo y la escena. Y lo que considero más importante, he empezado a enseñar a mis hijos que para ser o estar, no hace falta fotografiar.