Hopper y el mar

En un intento de alargar el verano, comienzo a buscar obras de arte inspiradas en estos meses y me topo con obras de Edward Hopper en las que el mar se torna protagonista. Un recorrido maravilloso de luz y pureza que te invito a recorrer.

Es posible que lo primero que acuda a tu mente al pensar el Hopper sea soledad, tristeza, aislamiento. Noctámbulos, Verano en la ciudad o Sol de la mañana, algunas de sus obras más reconocidas se orientan hacia esos conceptos. Sin embargo, si vamos un poco más allá, descubrimos toda una colección de obras inspiradas en el mar en las que las sensaciones son bien distintas.

Edward Hopper fue un pintor americano nacido en 1882 en Nueva York. Desarrolló su formación en la Escuela de Arte de su ciudad y recorrió Europa en varios viajes que lo llevaron a ciudades como Berlín, Londres y París.

En estos viajes tomó influencias de Pissarro, Manet, Sisley e incluso de nuestro propio Goya cuya obra la trasladó el gusto por los juegos de luces.

En sus inicios, sus trabajos no alcanzaron la relevancia necesaria para mantenerse, por ello, se ganaba la vida como ilustrador. De esa época es El niño y la Luna que quizás, quien sabe, sea la primera vez que retrató el mar.

Y continuando con la divagación, ese asombro y atracción con la que el niño observa la luna reflejada en el mar, no sea otra cosa que los propios del artista.

Su obra principal se centra en escenas contemporáneas que representan con realismo la vida cotidiana de Estados Unidos en lugares del día a día; una estación, un hotel, una cafetería…La soledad, la quietud o el agotamiento, se hacen presentes en ellas de modo impactante.

Como si de una contraposición se tratase, hay un grupo de obras más desconocidas de Hopper que tienen como protagonista al mar. Obras que huelen, sienten y rezuman verano. ¿Qué le llevó a ello?

El veraneo y el anhelo de mar, sin más. Hopper se trasladaba todos los verano a la costa, primero haciendo excursiones con el coche que compró con la primera obra que vendió bien y luego en una casa de playa en Cap Cob.

Las playas de Main y la costa de Nueva Inglaterra se volvieron entonces un inspirador escenario para las obras menos conocidas del artista.

Estos lugares fueron los culpables de que la inspiración de Hopper mutara de la soledad de lo urbano a la libertad que evoca el mar. De la oscuridad, a la luz y de la quietud al movimiento.

Hopper y el mar hicieron buen tandem, casi consiguen hacernos sentir la brisa en el rostro y el salitre en el ambiente. No sólo son evocadoras, nos meten de lleno en el cuadro.

Las obras de mar de Hopper son óleos o acuarelas, son serenas, llenas de luz, desprenden alegría y despreocupación. En ellas se convierte en una suerte de Sorolla americano que capta la luminosidad y el desenfado que todo día de verano debería tener.

Mira la imagen que encabeza este artículo, recréate en ella ¿No te da la sensación de haber saltado a cubierta?

Y entre estos dos mundos…

Particularmente no me parece una obra bella, sin embargo me fascina la carga simbólica que tiene.

Decididamente necesitamos mar y ahora que la temporada llega a su fin me consuela saber que siempre podré sumergirme en una obra de Hopper.