El pasado fin de semana al fin pisamos la playa. Hicimos una pequeña excursión con unos amigos al Algarve portugués y resultó un plan sensacional. María llevaba tiempo diciéndome lo maravillosa que era Praia Verde, así que pusimos rumbo al país vecino para disfrutar de un día de playa, buena comida y mejor compañía.
Es una de las primeras playa que nos encontramos al cruzar la frontera y está tan tranquila y salvaje aún, que merece la pena esos kilómetros de más que tenemos que recorrer hasta llegar a ella. Un par de restaurantes fantásticos en los que comer rico pescado de la zona, unas vistas de impresión desde la terraza mirador y lo mejor, nada de masificación, como ocurre en la mayoría de las playas españolas.
Lo pasamos genial y disfrutamos mucho viendo como nuestros retoños se hacen amigos y se reencontraban con la playa casi un año después. Al gorrión le encantó la arena, el mar lo dejamos para la próxima ocasión aunque me da en la nariz que este año pasaré más tiempo en el agua que nunca ¡No sabes lo que me alucina lo disfrutón que es!
Y antes de regresar a casa, merienda y algunas compritas en San Antonio, ya sabes que no puedo resistirme…