Historia de un vestido

Hace unos días asistí a una boda muy especial. Se casó mi primo, aquel que está presente en todos y cada uno de los recuerdos de mi infancia, mi hermano. Fue un día lleno de emociones por diferentes circunstancias. Muchos reencuentros y alguna que otra ausencia demasiado importante para nosotros. Pero un día feliz, que es lo importante. Pero hoy realmente quiero hablarte de otra historia, la historia del vestido que llevé.

La búsqueda de los vestidos que llevamos a bodas y eventos similares suele dar más de un quebradero de cabeza, especialmente si eres algo coqueta. Pero aún así, disfrutas con el proceso. Más aún cuando es una boda especial.

Así, puedes imaginar la cantidad de vueltas que di con el vestido para la boda. No tenía muy claro lo que quería aunque sí el color. Me apetecía ir de verde esmeralda ( para así poder llevar estos pendientes) pero no tenía claro el tipo de vestido ni el tejido. Las semanas pasaban y nada, aún no tenía vestido ni idea de lo que quería.
Mi intención era hacerme uno, sacar mi patrón y empezar a cortar y coser. Pero el verano con los niños en casa y la vuelta al cole no eran los mejores compañeros para mis intenciones. Seguía pasando el tiempo y mi madre me preguntaba qué tal iba todo. Nada, nada…No había vestido ni intención.
Mi cuñada se ofreció a prestarme un vestidazo de Roberto Diz pero no me sentaba bien ya que ella está bastante más delgada que yo. Mi gozo en un pozo porque era justo el color que quería.
Se acercaba la fecha…
A pocos días de la boda, de repente y sin previo aviso me topé con el vestido…. Y llevaba mi nombre, no tengo duda. Lo vi en una tienda de antigüedades, en un maniquí junto a una pequeña selección de piezas vintage. Me lo probé y no necesitaba ni un arreglo. Justo a mi medida, justo mi estilo, justo yo. Fue un flechazo en toda regla.
Se trata de un vestido de lino en un color caldera que forma unas flores con algo de relieve. Abotonado, cortado al talle, falda de capa, cuello a la caja, bolsillos, cinturón…



Como accesorios aposté por una pamela con una gran ala en color natural a la que cosí una cinta de terciopelo negro. Color que usé para la cartera, también en paja y los zapatos. Estuve tentada a llevar taconazo pero al ir con los niños decidí no complicarme la vida y estos zapatos salvavidas me acompañaron durante todo el día sin darme ningún quebradero de cabeza.
Y como joyas, unos pendientes dorados de mi madre de su juventud que ahora llevo continuamente y una pulsera que ella me prestó para la ocasión.
Una pequeña reflexión:
No sé qué pensarás del look, si sabe demasiado a vintage, si no irías a una boda con un vestido que tiene más años que tú, si no es tu estilo…La verdad, me da igual. Yo me sentí cómoda, segura y feliz con mi elección. Al fin y al cabo, eso es lo que hace que una invitada sea la invitada perfecta, que se guste ella y lo demás le importe bien poco.
Espero que al leer estas palabras no te lleves la impresión de estar menospreciando tu opinión. No es eso, lo que quiero decir que deberíamos apostar siempre por aquello que a nosotras nos hace feliz y nos hace ser nosotras mismas…Sin más, sólo nosotras. ¿No crees?
 

Feliz día y hasta el próximo jueves…

Gracias por estar siempre ahí.