Mejor hecho que perfecto

Querer hacer y hacerlo bien es todo un propósito de vida ¿Pero qué pasa cuando estas premisas terminan bloqueándote y arrastrándote a la inactividad? Quizás ha llegado el momento de cambiar la forma de hacer.

Arrancada finalmente la hoja del calendario del exigente y agotador mes de septiembre, me dispongo a plantear el otoño a nivel personal y familiar y vuelvo a toparme con la misma sensación; cómo pasa el tiempo.

Siempre que escribo sobre la familia termino acuñando eso de » no doy crédito a lo rápido que pasa el tiempo» y es verdad, va todo demasiado deprisa. Pero esta fugacidad del tiempo no la aprecio sólo en cómo la ropa queda pequeña a los niños en un abrir y cerrar de ojos, también la mido en la cantidad de cosas que quiero hacer y nunca termino haciendo.

Restaurar los muebles que acumulo en el trastero, planear ese viaje con el que sueño desde hace años, empapelar el interior de un vajillero, matricularme en la carrera que no elegí a los 18… Nunca encuentro el momento perfecto para hacerlo, el tiempo va pasando, cada vez más rápido, y la lista no hace más que crecer.

¿Qué puedo hacer para empezar a hacer? Está claro que los días no van a sumar más horas y tampoco va a darnos tregua la logística familiar o laboral. Si quiero empezar a hacer, el cambio tiene que venir de mí.

Y este cambio no radica en establecerse mayores rangos de autoexigencia. No pasa por dormir menos para hacer más o en hallarse el 80% del día en modo multitarea. Precisamente se haya en el extremo opuesto, reducir tus propias expectativas, mejor hecho que perfecto.

Arrancar es de las cosas más complicadas que hay en cualquier proyecto, buscamos el momento idóneo, los materiales necesarios, la compañía perfecta, el horario ideal… ¿Pero cuántas veces se han alineado los planetas para que esto ocurra? Me atrevería a decir que ninguna.

Arrancar es de valientes y añadiría además, valientes a los que no asusta la imperfección.

Este verano he tomado una de esas decisiones que llevaba postergando años, muchos años. Lo retrasaba una y otra vez porque la situación ideal para iniciar no se daba y sabía de sobra que no iba darse en bastante tiempo pero a la vez, me apenaba no empezar, quería hacerlo ya.

Así que un día se me encendió la bombilla; mejor hecho que perfecto. Una frase que escuché no sé dónde y no sé cuándo pero que venía usando con mi madre en aspectos relacionados con la costura, y que llevé a otro contexto en el que también iba a ayudarme, este vez no por una fullería en el bajo de un vestido, sino como detonante para empezar a hacer.

Soy consciente que ese proyecto en el que me he involucrado, no está 100% alineado con lo que yo siempre había tenido en mente, pero ya está en marcha y ya es una realidad, ya estoy haciendo.

Y no está ocurriendo exactamente como imaginaba. Pero está, ya es una realidad.

Mejor hecho que perfecto me dio justo el empujón que necesitaba, ya lo iré haciendo perfecto por el camino… O no, quién sabe, quizás le coja el gusto a la imperfección.