Estos días del año me producen sensaciones intensas. Se aproximan cambios, cuerpo y mente lo presienten y empiezan a brotar sentimientos y emociones que me ponen la vida del revés por una temporada.
Cuando llega septiembre suelo tener dos sensaciones que van rotando, no siempre de manera alterna, dependiendo del año. A veces, me invade una ilusión inmensa, cual colegial delante de todo un expositor de material escolar por estrenar. En esas ocasiones me siento plena, deseando emprender lo nuevo que está a la vuelta de la esquina.
Me encuentro deseosa de orden, de rutina y me pone de buen humor pensar que el cole está a la vuelta de la esquina. Me siento, otra vez, como una niña con lápices nuevos. Es un inicio de manual, más incluso que el del 1 de enero. Lo contadores se ponen a cero y soy libre para crear y rediseñar vida y costumbres.
Otros años, la llegada de septiembre me pone triste, me provoca una pena inmensa que el verano llegue a su fin. Dejar de ver a mis hijos descalzos todo el día, el remoloneo matutino, los desayunos lentos, el sonido de las chicharras, las charlas al fresco bajo el cielo estrellado…todo eso irá diluyéndose poco a poco y la nostalgia me invade. Siento que necesito más verano, que no estoy preparada para la lucha de la vuelta al cole, a los horarios rígidos y ese sin fin de obligaciones que se acumulan durante el año.
Este año, estoy confusa. Voy pasando de un estado a otro de un modo realmente desconcertante. Por momentos nos visualizo felices de la vida durante las meriendas en casa después de recoger a los niños de alguno de sus deportes. Y a los diez minutos me horroriza pensar en las interminables lavadoras de uniformes con manchas indescriptibles e indelebles a las que nos enfrentamos a diario.
A veces me siento emocionada pensando en el nuevo deporte que me gustaría probar este año y, de repente, caigo en la cuenta que las siestas de verano pasarán a la historia por una buena temporada. O disfruto del placer de leer «cuando no toca» y, sin saber por qué, añoro tener una buena logística familiar de orden y limpieza en casa.
Supongo que, como en la vida, no todo es blanco y negro.
Realmente vivimos más en los grises y sus escalas que en los extremos. Quizás, la clave está en aprender a disfrutar de esos estados medios tan necesarios. Ya nos lo dijo Aristóteles: la virtud tiende al punto medio.
Así que ni feliz ni infeliz por la llegada de septiembre, solamente dispuesta a fluir con él y con lo que trae, aquello que me gusta y aquello que no.
Feliz septiembre.