La tarde que tropezó el Sr. Zuckerberg y todos nos sentimos libres

A final de 2021 ocurrió algo ( a falta de tecnicismo tecnológico, permíteme usar el pronombre indefinido) en Facebook y sus filiales que nos influyó a todos, o al menos, nos hizo pensar.

Sobre la necesidad de conexión y sus consecuencias he decido a escribir este artículo. Esa caída mundial marcó un antes y un después ( aunque ya lo viniera notando) en mi forma de entender dicha conexión.

Cuando hace años descubrimos que existía la posibilidad de estar siempre conectados con amigos, familia e incluso con el trabajo nos pareció una idea sensacional. » Se acabaron las preocupaciones por no estar presente» pensamos. «Ahora todo será más sencillo«.

De este modo, se acabaron lo tiempos muertos en colas y salas de espera. Se acabó la búsqueda de la hora adecuada para llamar un amigo y felicitarlo por su cumpleaños. Se acabaron los embrollos laborales porque la jornada había terminado.

Sí, se acabaron esos » molestos» momentos o situaciones pero también se acabó nuestra tranquilidad.

Vivimos conectamos y disponibles las 24 horas del día. Aunque pretendas hacer un uso responsable de esa conexión, siempre hay alguien con algo que decir, comentar o enseñar.

La primera vez que leí sobre el FOMO, me pareció una tremenda tontería.

A saber: » Ansiedad social que se caracteriza por estar continuamente conectado con lo que otros están haciendo» ( en pocas palabras pero bien ilustrativas)

¿Cómo iba a afectar a mi persona y modo de vivir semejante miedo a perderme algo? Eso no va conmigo, yo lo controlo, pensé.

Con el tiempo me he dado cuenta que chequear las notificaciones del móvil es exactamente eso, que sacar el teléfono por defecto en la sala de espera del dentista, es exactamente eso, que estar viendo una película por la noche a doble pantalla, es exactamente eso y esta enumeración podría convertirse en infinita.

Vivimos hiperconectados, sobreestimulados, siempre alerta por si no contestamos al segundo, por si ocurre algo y no estamos disponibles, por si no hemos visto la enésima foto por hora del helado que se ha comido fulanita de tal.

Hace tiempo noté que esa conexión continua no me hacía nada bien. Por eso me propuse cumplir varias reglas:

  • Dejar el móvil antes de las 10 de la noche.
  • No coger el móvil nada más levantarme.
  • Quitar las notificaciones de rrss y grupos de whatsapp
  • Prohibirme la doble pantalla.
  • Móvil en otra habitación cuando estoy con los niños.
  • Móvil en el bolso cuando estoy con amigos o familia
  • Algunos trucos para evitar el móvil: llevar reloj para no tener que consultarlo o usar la cámara del foto en vez la del móvil.

Sin embargo, estas normas no las cumplo tan a rajatabla como me gustaría. Es más, aunque las cumpla, soy consciente que están ocurriendo cosas y que me las estoy perdiendo. Lo hago de manera consciente, pero esa sensación subsiste. Sé que cuando coja el teléfono habrá cosas que leer, mensajes a los que constestar y likes que dar.

¿Entonces qué pasó aquel lunes? NADA.

No hubo conversaciones, preguntas o fotos que ver. No hubo nada que chequear, no hubo nada.

Por primera vez en mucho tiempo sentí que nadie tenía nada que decirme y que si así era, el teléfono sonaría y punto.

Esa tarde me recordó a la vida antes del móvil, cuando podías pasar todo un verano sin hablar con tu mejor amiga y tenías la certeza que en septiembre lo seguiría siendo. Cuando esperabas a que llegaran las nueve de la noche para hablar con tu novio y te contase qué había hecho en el día sin que lo fuera retransmitiendo a tiempo real. Cuando para matar el tiempo en una cola observabas a la gente que tenías alrededor o escuchabas conversaciones ajenas.

Cuando la conexión era más complicada pero todo lo demás, mucho más sencillo.

Quizás leyendo estas líneas pienses que tengo un serio problema con el móvil. Puede ser.

Pero ojo, si me conoces personalmente sabrás que no vivo teléfono en mano, que me gusta disfrutar de la compañía de amigos y familia por encima de todo, que tengo una vida social parecida a la de cualquiera y que gozo de una vida en casa de la que no tengo ninguna necesidad de evadirme, me hace feliz.

Por eso, aunque adore ver fotos bonitas en Instagram me autolimito el tiempo de uso, por eso me puse las normas que antes he enumerado y por eso escribo este artículo. Porque aunque me sentía fuera de ese tal FOMO en realidad, estoy bien dentro, como posiblemente lo estés tú.

Cuando todo volvió y el Sr. Zuckerberg se recompuso de su caída. Observé que muchísima gente comentó lo mismo.

No fueron ni uno ni dos los mensajes que leí ( adivina dónde para mayor ironía) sobre la tarde tan sensacional que habían pasado, sobre la necesidad de que al menos eso ocurriera dos veces en semana….

¿Qué nos está pasando? ¿Cómo podemos gestionarlo?

Unas normas autoimpuestas están muy bien pero ¿Cómo conseguir que no echar mano del móvil no sea un esfuerzo?

Me encantaría darte respuesta a esta pregunta pero lo cierto es que no lo sé. Quizás a fuerza de voluntad se vuelva costumbre, como ocurre con el ejercicio físico.

Hay quien habla de desintoxicación digital, desinstalar aplicaciones durante semanas… pero ¿no es acaso otra forma de autolimitación más?

Personalmente no quiero renunciar a las ventajas que ofrece esta conexión pero sólo de ellas ¿Cómo separalas de los inconvenientes?

Desde aquí, sólo puedo ofrecerte un compromiso al respecto, que es el siguiente:

No dejes de hablar con quien tienes al lado por leer unas líneas mías. No dejes de mirar lo que tienes alrededor por ver una foto mía. No dejes de sonreir a la persona que tienes delante por sonreir a un teléfono.

Aquello que tenemos delante de los ojos es infinitamente mejor que lo que tenemos a través de una pantalla. Es real, es tangible, es auténtico.

Por ello, me comprometo a no saturar mi web, mis redes o mis correos de manera innecesaria. Por ello, compartiré contenidos de manera responsable y de calidad.

De este modo dedicar un tiempo a Ohptimist será una inversión de tiempo y no un pasatiempo.

Me comprometo a disfrutar del aquí y del ahora contigo. A seguir avanzando en disfrutar de nuestro particular día a día, asumiendo sus placeres, sus quehaceres, sus ventajas y sus inconvenientes.

Me comprometo a hacer un uso consciente de mis herramientas de comunicación, tanto a nivel personal como laboral.

Pensaré aquello que escribo o fotografío ¿Realmente merece la pena compartirlo y separar a esa persona de su ahora para atender esto que mando? ¿Realmente quiero compartir este momento vía on line ahora o prefiero esperar y contarlo, comunicarnos y vivirlo o revivirlo juntos?

Creo que estas dos preguntas son claves para conseguir encontrar ese equilibrio en la comunicación y digitalización de nuestra vida.

Si tienes algo que decir, soy toda oídos, si tienes algo que aportar, te lo agradezco de corazón.

Gracias por tu tiempo.

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  1. Totalmente de acuerdo con la reflexión. Me siento identificado con todo lo que comentas, incluso con la ausencia a una posible respuesta a todas esas preguntas. Creo que no se puede pretender vivir como lo hacíamos hace 30 años, porque las circunstancias son otras, en todos los sentidos. Pero quizás podamos encontrar ese equilibrio que tanto ansiamos y dar un pasito hacia atrás para volver a conectar con una parte de nosotros que tenemos aparcada. Más calidad que cantidad en las relaciones. Más calidad que cantidad en la información. Más sensación que ansias por compartir en aquello que vivimos. Gran artículo.

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